Yo veía un mar tranquilo, en su serenidad prohibida,
y tú el zozobrante ir y venir,
incesante,
de las olas.
Yo respiraba olor intenso a libertad, cadencia infinita de la nada.
Tú, salitre corrosivo.
Yo percibía figuras magníficas en el cielo, como un infante ciego,
Y, en cambio, a ti no te llegaban sino retorcidos esbozos
de desastres goyescos.
Alguien se equivocaba.
...uf!... uf... (qué bien...)
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